viernes, 3 de febrero de 2012

Telaraña

Tus ojos juguetean a tenerme entre cristales traslúcidos. Tus pupilas se entretienen examinándome y conquistándome cada atardecer, probándome y retándome a estar contigo. Mueves ficha con decisión, sabiendo que la partida la has ganado hace tiempo, cuando era demasiado inocente como para resistirme a tu compañía de cigarros y copas en el bar de la esquina.

Una vez más, la luz del alba me descubre entre tus sábanas blancas, atrapada entre tus brazos sin poder salir de esta maldita ratonera a la que vuelvo todos las noches. Podría culpar de esta locura insana al vodka o al whisky, pero lo cierto es que la única adicción que me lleva a la misma situación sábado tras sábado son tus labios, tu ojos, tus manos, ...simplemente tú. Sabes que me tienes y te gusta demostrarlo. Demostrar que eres tú quien lleva las riendas, quien me atrapa y me consigue, aún sabiendo que el calor de tu cuerpo, tan efímero como el aire que respiro, no me lleva a ningún sitio.

 Intento parar. Resistirme a tu juego y decirte que no.  Que se ha acabado. Que no volveré a caer en el laberinto de tu lengua investigando con precisión cada resquicio de mi cuerpo desnudo. Un no para parar toda esta locura y volver a vivir, tan sólo eso. Pero la adicción a tu cuerpo y a tu aliento matutino me hacen caer en tus redes noche tras noche, sin tregua.

De tu lengua a mi cuello, de mi cuello a tu boca. De tu boca al cielo...y de ese cielo al infierno de los viernes en los que te las das de listo con otras, seduciendo y divirtiéndote como un pequeño animal inconformista y egoísta. El infierno de esperarte. El infierno de saber que no cambiarás nunca y que, con la misma, yo no me cansaré de esperarte.

Los amantes, Magritte, 1928.

Poco a poco, te vas despertando y tus ojos castaños me descubren a un niño indefenso que juega a ser mayor. Pero esta vez no dejaré que vuelvas a engañarme. Sé muy bien que no habrá más noches locas seguidas de soledad, cigarrillos y whisky mientras espero esa llamada tuya que nunca llega. No. Se acabó. No seguiré mendigando por tu besos y caricias. Esta vez, me planto. Se acabó el juego.







Monerías

Paseas tu perfume por las calles.

Expones en cada esquina gotas de superficialidad, pequeñas muestras de convencionalismo teñidas de azul añil. Tu esencia high class y tus monerías les embaucan, los conduces a tu terreno con una virginal sonrisa. Juegas a engañar en el juego de la vida con tu lánguida actitud, tu dulce perfume y tus besos pueriles, con tu actitud de niña buena.

Tu sonrisa. Una sonrisa inolvidable, tan inolvidable como tu capacidad para herir en lo más hondo. Porque detrás de esa cara bonita no hay nada. Nada más que fiestas fugaces qeu se van en el último Martini, éxitos de dudoso valor, amistades que se pierden a la vuelta de la manzana, sexo de maniquíes, amor de instantánea que se amarra en una existencia todavía más insustancial.

Párate. Reflexiona.

Piensa en toda la gente que has dejado atrás. Que tras confiar en tí y darte su apoyo los has abandonado sin el menor remordimiento. Personas que no significan nada para tí más allá de un mero recuerdo en tu memoria, entre idas y venidas. Personas que te han querido pero a las que has tratado como vestidos ajados que ibas transformando a tu interés.

Lo sé. Mis palabras te son totalmente indeferente. Juegas tu papel como una niña mimada que se ha hecho con el cajón de arena del parque y poco le importa lo que piensen los otros niños. Has jugado muy bien tu papel de niña buena y has ganado, piensas. Tienes todo lo que un día deseaste: renombre, éxito, fama. Pero todos estos juguetes nuevos que tanto te gustan pueden irse tan pronto  como han llegado.

Quizá cuando eso pase y te encuentres sola, seas consciente del daño que has hecho. Quizá entonces te pares a pensar en tu vida insustancial instalada en patrones convencionales y totalmente anodinos. Pero temo que para entonces será demasiado tarde, princesa.